Desde mi ventana en el primer piso, veía
luces y sombras y también rayitos de sol en forma de flor. Tenía la duda si fuera
de mi palacio la realidad era en forma de flor o solo mi ventana me mostraba de
esta manera el mundo.
Me deslizaba
por los pasillos en puntillas de pie. Todo era silencio este mediodía. Solo se
escuchaba mi vestido de bambula blanca impecable con algunos encajes, rozando
el piso y el aroma a jazmines de mi piel, que imitaban la enredadera que
rodeaba al jardín principal.
Mi mirada a la
distancia no era tan amplia, solo del tamaño de una flor. Mas afuera estaba mi
amiga. La distancia para ella no era igual. Corría, saltaba, iba al mercado, al
souk, como nosotros le decíamos.
Cada día era
una aventura. Subir y bajar escaleras, recorrer habitaciones y descansar en un
mullido sofá, de tela estampada, que adornaba la sala del estar. Era mi
preferido. Donde pasaba largas horas imaginando el origen de cada adorno que
embellecía el lugar. Mis ojos siempre estaban orientados al gran ventanal.
Desde allí, el azul profundo, claro, oscuro, de nomeolvides, de cielo -según la
hora del día- el Mediterráneo, me convocaba a soñar.
Con los años,
vinieron otros paisajes y otras vivencias. Los sonidos agudos y típicos de un
laúd y un rítmico golpeteo grave y cálido de un derbake, me recordaron esos tiempos y abrí de nuevo mi diario
personal.
Releyéndolo,
pensé que quizás, la realidad no brillaba tanto como ese sol al mediodía. Tal
vez Túnez estaba en sepia, Nour.
Marisa Avogadro Thomé, escritora y periodista argentina
Publicado en: https://revistadiafanis.com.ar/2024/01/nour/-cuento-por-marisa-avogadrothome/
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