Era tan
pequeñita, casi como una semillita de anís. Llegaba a sentirle su perfume
penetrante. Imaginaba formas y mil formas. Colores desde el blanco, pasando por
el amarillo y hasta el bermellón.
Todos esperábamos impacientes uno y
otro mes. Un movimiento era un mensaje,
una señal, un sentimiento. Crecía y
crecía ante nuestros ojos, pero oculta en su gran cuna de agua.
Ruiditos y sonidos le llegaban,
decía el doctor, por eso le hablábamos suavemente, como un murmullo. Le
contábamos historias de hadas y duendes. De un país mágico donde todos los
niños y niñas son felices. Y mezclábamos esos sonidos con ritmos de salsas y de
pop. Si sentía tanta variedad, seguramente su universo iba a ser aún más
amplio.
Y le contaba sobre las flores, las
mariposas y el vuelo de sus alas, como las que ella iba a tener cuando saliera
de su huevo, hecho de hilos de seda dorados brillantes. Y le expliqué del sabor
tropical del ananá, de los azules intensos
del mar, con corales y peces multicolores. De los inmensos prados verde
oscuros, verdes claros, por donde cabalgan caballos salvajes con sus crines al
viento y pequeños conejitos blancos saltan entre sus patas.
Mas sentimos tintinear de
campanitas, alguien estaba llamando a alguna puerta. Dijimos campanitas
anuncian la llegada de un ángel. Llegó una niña, una hermosa niña de brillantes
ojos negros y cabellos azabaches. Llegó una niña, murmuró una enfermera vestida
en blanco impecable con ese terrón de azúcar entre sus brazos. Ese terroncito
que se esperó nueve meses, nueve lunas.
Marisa Avogadro Thomé. Periodista - Escritora. De su libro Un viaje imaginario. Cuentos infantiles. Colección Cuentoscomunicarte. Argentina, 2004.
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