Sentada a la orilla del río veía ondear
el agua, cada vez que lanzaba una piedra. Largas varillas verdes se reflejaban
en ella. Sonidos, murmullos de aves, conversaciones de insectos, se oían en esa
tarde primaveral. Lucecitas de colores cubrían la tierra y perfumaban la
atmósfera ... Y ella miraba a la distancia. Volaba con el pensamiento.
De
repente sintió una suave caricia en su
mano izquierda como diminutas patitas recorriendo sus dedos. Lentamente giró su
cabeza, con un poco de temor y ante su sorpresa, era una Mariposa Azul.
Sí,
la Mariposa Azul de la cual tanto hablaba su abuela. Era grande, pues casi
ocupaba la mitad de su mano. Sus alas, parecían dibujadas por el pincel del
mejor pintor. Y su color azul, era mágico. Un azul brillante y profundo, que
destellaba dorados tenues.
Todo
sucedía en segundos. Recordó que su abuela decía que esas mariposas se veían
sólo una vez al año y que cuando eso pasaba, había que pedir un deseo con todo
el corazón.
María
cerró suavemente sus ojos para no asustarla y como un susurro pidió: verdad y
justicia para todo el mundo y mucho amor.
Marisa Avogadro Thomé. Periodista - Escritora
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