Desde arriba todo era más pequeño pero más
amplio. Extendido al infinito azul, azul-celeste. Al infinito del marrón de la
tierra. Extendido a escasos verdes.
Desde arriba, se acallaban las voces, los
gritos de auxilio, las plegarias. Se podía ver
como se preparaba el ejército. Una figura masculina esbelta montada en
un caballo que se fundía con la nieve eterna. Cientos de personas en uniformes,
pertrechos, mulas, caballares. Armas por doquier. Una fogata que despedía
destellos rojos de coraje, de pasión aguerrida, de pedidos de libertad para la América.
Desde arriba, justo en la línea del zenit,
la hora en que las luces se confunden con las sombras, El, el libertador de
América, levantaba su sable firme, dando el grito, para cruzar la Cordillera.
Desde arriba, nosotros hacíamos su custodia,
cóndores del aire, con el orgullo de la naturaleza que libre, libre vuela.
Desde arriba, alas desplegadas al viento,
como el espíritu de los guerreros, que iban a defender la libertad de nuestras
tierras.
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