Estaban en el centro de la mesa y esperaban que alguna mano se
deslizara por la cera roja que las cubría. Cada mañana que pasaba por ese
cuarto las veía. Cada mañana era un recuerdo constante de su presencia y su
preferencia.
Se veían vivas, se veían brillantes. Cerré los ojos e imaginé
cómo mis dientes cortaban trozos de hielos perfumados y sangrantes; frescos,
que se mezclaban con el olor de la primavera y las flores frescas. Cada vez
había una herida más y un sabor nuevo, pleno de energía.
Entre ellas y yo, pensaba María, compartían
tantas cosas. La vida, el rojo, las heridas, el hielo eterno. También el aire
fresco en constante movimiento.
Y se detuvo. Las miró fijamente y decidió morder una. Llegó al
final y se acabó la manzana; mientras dos perlas negras la miraban fijamente.
Un esqueleto quedaba en su mano o mejor dicho dos. Nuevamente las coincidencias. Ya no quedaba fruta fresca.
Marisa Avogadro Thomé. De mi libro: BREVES.Cuentos. Mar y Arte Ediciones, Mendoza, Argentina, 2017, [versión pdf].
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