Peones y reyes se debatían la jugada. Una que otra reina se desplazaba orgullosa, entre el marfil y el ébano, mirando sigilosamente.
Habían pasado varias horas desde que unos y otros se movían hacia adelante, hacia atrás, en diagonal. Meditando sin mediar palabra alguna sobre qué nuevo desplazamiento iban a realizar.
Recordaba la célebre frase de que todo comunica. Miradas, silencios, olvidos, descuidos. Tiempo, incertidumbre, destino. País, personas, patria, desaliento.
Se respiraba en el aire la tensión de la jugada. Una tenue luz amarillenta iluminaba las piezas del juego. En un costado, la bandera celeste y blanca demostraba el sentimiento que los unía. En el otro lado: un mate de plata cincelado. Un sable brillante como el cuarto de luna que se alcanzaba a ver desde la ventana oval del cuarto casi desierto. Todo en una atmósfera cargada de tabaco chocolatado, de un habano que se consumía sin cesar.
El tablero tenía ahora sólo unas piezas. Con un sólo movimiento, los federales gritaron: ¡jaque mate!
Marisa Avogadro Thomé. De su libro BREVES. Cuentos.
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