Llegó a su boca el sabor salado que era su
preferido. El mismo que sentía cuando caminaba por la arena blanca y la espuma
saltaba a su rostro en gotas imperceptibles.
Eran
granitos cristalinos de suave y al mismo tiempo profundo sabor. Era el mar, el
día soleado y su recuerdo.
De
pronto sus labios sintieron la fuerza de las olas y el sonido marino. Como
comida de poeta, su boca recibió un beso intenso con una pizca de sal.
Marisa AvogadroThomé. Cuento de su próximo libro
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